miércoles, 28 de marzo de 2012

EN EL MAR LA VIDA ES MAS SALADA


Corría el año 1999, ya era verano en Arequipa y mis casi 6 años de vida se hacían notar con un pedido inocente que mas parecía una pataleta: QUIERO IR A LA PLAYA!!!, decía yo, gritaba yo, pedía yo, exijía.
Mis padres como muchas de las veces, optaron por ignorarme disque para enseñarme el autocontrol y las buenas maneras de pedir las cosas.
Después de haberme comportado o si quiera actuado como una niña civilizada conseguí que fuésemos a la playa.
Destino: Camaná
Camaná era aquel típico pueblito con playas recontra conocido dónde va todo el mundo, y sus 3 horas de espera que es lo que demoraba llegar partiendo de Arequipa, sólo eran una invitación a la ansiedad y a la imaginación de buenos momentos que sabías que pasarías.

Llegamos. No había cambiado mucho desde la última vez que vinimos, y es que para los veranos... Camaná, desde siempre.
En mi mente no había otra cosa que no fueran los castillitos de arena, típicos. Me emocionaba la idea de esculpir pared por pared el castillo; para mí, era toda una obra de arte, para los demás algo menos que una mazamorra de arena.

Al fin, después de haber estado unas 2 horas desempacando y arreglando nuestras cosas en los armarios de ese hotel que de su nombre me acuerdo poco por no decir nada, nos fuimos rumbo a la playa.
Destino: La punta.

Ni bien sentí la arena en mis pequeños pies, fuí corriendo a la orilla a dar inicio a mi imperio de castillos que pronto muy pronto serían conocidos como una verdadera obra de arte. Yo lo sabía, yo me lo creía.

Mi hermano hizo lo mismo, sólo que lo suyo era el mar, las olas y meterse debajo de ellas. Que miedo, yo jamás me atrevería a poner un sólo dedo en el agua, pero no era sorpresa mi hermano siempre fué más valiente que yo, más estudioso que yo, más perfecto que yo... pero bueno ese es otro tema, la idea es que era el mayor, el protector.

Pasaron horas y yo seguía en mi hazaña de construir la mejor obra de arte jamás vista, mi mamá vino a ponerme 5 kilos de bloqueador por todo el cuerpo y en eso, un señor alto parecido a mi papá pero blanco, muy blanco... recontra blanco se me acercó, más bien era mi papá, parecía ser que también fué sometido a los 5 kilos de bloqueador que ahora mi mamá echaba sobre mi pequeño cuerpo.

Quieres entrar al mar? me preguntó mi papá, al mar? yo? Tenía casi 6 años era muy probable que terminara sumergida en el fondo del oceano apenas tocara el agua, yo no lo tenía planeado, no había forma de que entrara.
Muchos padres se hubieran conformado con contratar un piscina inflable y tener a sus hijos alado para poder cuidarlos, mi papá no fué, no es ni será uno de esos.
Siempre ha querido que enfrente mis miedos y como ya tan niñita no era, podríamos decir que me dejé convencer por el simple hecho de ser mejor que mi hermano, o bueno tal vez si seguía siendo una chiquita. (jajaja)

Con una actitud aún dubitativa entré y mi papá al verme corrió para cogerme la mano mientras rápidamente me daba clases de cómo nadar en el mar y no morir en el intento.
Estaba hecha una bala, quería sumergirme ya debajo de una ola, era imparable.
Y entonces la ví, aquella ola perfecta para mí, aquella ola que destronaría por siempre y para siempre el título del mejor hijo a mi hermano. Yo misma soy!, dije, era el momento de demostrarle a mi papá que yo podía ser mejor que mi hermano.
Llegó el momento y lo aproveché, y vaya que lo aproveché. Tragué como 3 litros de agua salada, que rico!
Fué el momento mas decisivo de mis 6 años de vida, ví como toda la playa giraba, o mas bien la que giraba era yo. Había miedo y resignación, resignación de muerte, yo sabía que no sobreviviría, era el agua, mi miedo a ella y el pequeño detalle de no saber nadar que obvié completamente mientras me concentraba en como ser mejor que mi hermano.
En ese preciso instante una fuerza haló de mí flacuchento brazo y ahí estaba yo, respirando de nuevo, sintiendo de nuevo, viviendo de nuevo, y lo ví y en ese momento me acordé que tenía un padre y que cualquier cosa que yo pudiera hacer o no, no cambiaría en nada el cariño que el sentía por mí.
Fué mi héroe, y es que así lo consideraba yo en todos los aspectos de mi vida a mis 6 años de edad. Una vez más fué mi héroe, el mismo que me curaba de un fuerte dolor de estómago, de una caída olímpica en el parque de juegos, de un diente salido... era mi papá.





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